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Más allá de las
costumbres o el gusto personal, no hay dudas que los meses de calor son ideales
para disfrutar de los vinos blancos (y rosados). Esto no es simplemente moda o
capricho, sino que tiene que ver con las características intrínsecas de estos
productos.
Los vinos
blancos suelen tener una mayor acidez natural, por que se elaboran con uvas
cosechadas menos maduras (además de evitarse durante la elaboración la
fermentación malo-láctica, técnica que se aplica a otros vinos para suavizar su
acerbo). La acidez en boca da vivacidad y sensación de frescura.
Además, estos vinos
tienen cuerpo más liviano, pues casi no poseen en su estructura taninos
(sustancias que están presentes en el hollejo de las uvas tintas, brindando
estructura y volumen a los vinos que de ellas se obtienen). El hecho de ser
productos ligeros, aumentan la fluidez y velocidad del paso por boca.
Finalmente,
estos dos atributos se refuerzan con la temperatura de servicio. Los vinos blancos
-y rosados- se deben ofrecer siempre bien fríos (podría haber alguna excepción con ciertos blancos de crianza en barricas); pues las temperaturas bajas
potencian las sensaciones ácidas buenas y aligeran el comportamiento,
obteniendo así una mayor refrescancia.
¡Como ven, nada
mejor que un rico vino blanco para disfrutar de estas cálidas noches de verano! ¡SALUD!
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