Los Argentina Wine Bloggers volvemos con una actividad en conjunto. Esta vez vamos con #QueSeCepa, una serie de notas donde presentamos las variedades de uvas mas importantes que se cultivan en nuestro país (y recomendamos algunos buenos vinos hechos con ellas).
Como no podía ser de otra manera, yo elegí la uva con mayor tradición en el viñedo cordobés. Agradezco al enólogo Santiago Lauret (Colonia Caroya) por su ayuda para escribir esta nota.
Como no podía ser de otra manera, yo elegí la uva con mayor tradición en el viñedo cordobés. Agradezco al enólogo Santiago Lauret (Colonia Caroya) por su ayuda para escribir esta nota.
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Introducción:
La uva Isabella es una variedad de origen americano, perteneciente a la
familia de las “Vitis Labrusca” (“no vinífera”). Su origen es algo incierto,
aunque se cree que apareció en América del Norte por cruzamientos genéticos naturales
de vides europeas llevadas por los primigenios colonos.
La
primera mención registrada de esta cepa corresponde al año 1816, fecha en la que
el propietario de un vivero de South Carolina -o Delaware, según otros autores-
la nombra como Isabella en honor a una bella mujer (Isabella Gibbs).
También se la conoce como Frambua o “Chinche” (Argentina), Isabel
(Brasil), Frutilla (Uruguay), Fragola (Italia), Alexander (EEUU), Framboisier
(Francia) y Odessa (Georgia).
Historia:
Fue llevada a Europa durante la plaga de
la filoxera -insecto parásito de la vid, que arrasó casi la totalidad de los
viñedos europeos en segunda mitad del siglo XIX-, pues sus raíces mostraban
gran resistencia a esta plaga y funcionaban muy bien como “porta-injertos”.
Arribó a la Argentina en 1878, en las
valijas de los inmigrantes friulanos que fundaron lo que hoy es Colonia Caroya.
Contó con una amplia difusión en el encepado nacional hasta mediados del siglo XX,
principalmente en el Noroeste, la Mesopotamia y el centro del país. Su proceso
de erradicación comenzó en los años 60´, con arranques masivos o reconversión
de viñedos.
Desde la década del 80´ solamente se
conservan algunas plantaciones de importancia en Colonia Caroya (Córdoba) y unos
cuantos viñedos familiares minúsculos en Avellaneda y Berisso (Buenos Aires).
Por su adaptación a climas extremos
-incluso tropicales-, esta uva también se cultiva en EEUU, Brasil, Portugal, Colombia,
Bali, Japón, Georgia, Moldavia, Azerbaiyán y Turquía.
Ampelografía:
Es una planta muy productiva y vigorosa,
con bastante regularidad anual. Resiste bien el frío invernal así como el
oidio, aunque es algo sensible al mildiu y black-rot.
Sus épocas de desborre y madurez suelen
ser bastante precoces, siendo una de las primeras variedades en cosecharse
(mediados a fines de febrero).
Tiene hojas medianas pentalobuladas, de
color verde opaco en su anverso y ligeramente blanquecino -y con pelitos muy
pequeños- en su reverso. El racimo es pequeño, poco compacto, con bayas grandes
-pero de hollejo delgado- en una tonalidad violácea-azulada.
Enología:
Produce vinos ligeros y afrutados, de color
rosado pálido de baja intensidad, con moderado tenor alcohólico, marcada acidez y taninos suaves.
Las maceraciones durante el proceso de vinificación deben ser cortas, pues no
es posible extraer demasiado color ni taninos -y se corre el riesgo de producir
cantidades elevadas de metanol-.
Sus aromas recuerdan inmediatamente a
las uvas frescas y las frutas rojas -frutillas, moras, frambuesas-; aunque
también pueden aparecer recuerdos vegetales, terrosos y “foxy”(*).
Históricamente, los vinos producidos con
Isabella se comercializaban casi en su totalidad en la versión “amable” (o
“amabile” en italiano), es decir con algunos gramos de azúcar residual. En la
actualidad todavía se puede encontrar bastante este estilo dulzón, aunque
algunos enólogos prefieren vinificarlo como un producto completamente seco.
Esta variedad también resulta muy
interesante para consumo en fresco y para la producción de jugo de uvas,
debido a su alto rendimiento -ya mencionado-, así como a su exquisito sabor
frutal. Hoy el jugo de uva Isabella es muy apreciado en Europa y Oriente, pues posee un importante valor alimenticio y una elevada cantidad de resveratrol (antioxidante natural).
En Italia también se la utiliza mucho para destilar grappas y licores; mientras que en Turquía para confeccionar jarabes y para cocinar -en las “sarmas”, niños envueltos en hojas de parra-.
En Italia también se la utiliza mucho para destilar grappas y licores; mientras que en Turquía para confeccionar jarabes y para cocinar -en las “sarmas”, niños envueltos en hojas de parra-.
Según las estadísticas oficiales, hay 70
hectáreas implantadas con Isabella en Argentina, que en la difícil vendimia 2016 apenas
produjeron 61.000 kg de uva.
Al no pertenecer a la familia de las
“vitis viníferas” -las únicas uvas con aptitud enológica-, el Instituto
Nacional de Vitivinicultura no
permite este cepaje para la elaboración comercial de vinos. Sin embargo, las
zonas argentinas mencionadas anteriormente -en el apartado "historia"- cuentan con una excepción legal, debido a su
extensa tradición utilizando la variedad.
El
Vino:
La
Caroyense Frambua Precoz S/A ($70):
De la mano de la histórica y emblemática
Bodega La Caroyense (el mayor productor de la provincia de Córdoba) llega este vino
sencillo y fresco, de silueta delgada y paso veloz. Está elaborado por la mano
experimentada del enólogo Santiago Lauret, quien lleva ya más de 40 vendimias
ligado a la producción vitivinícola de Colonia Caroya.
Exhibe un color rosado de mediana
intensidad, límpido y brillante. Al llevarlo a la nariz ofrece aromas directos
de frutitas rojas frescas -frutillas, frambuesas-, más algunos trazos herbales
y terrosos. En la boca tiene entrada suave pero seca, redunda en sabores
afrutados, con bajo tenor alcohólico, acidez característica, taninos
imperceptibles y persistencia breve.
Recomiendo refrigerarlo antes del
servicio, para potenciar su frescura natural. Puede ser un buen acompañante
para picadas y aperitivos
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(*) “foxy” o “foxé” corresponde a una
sensación olfativa algo difícil de definir -pero bastante usual en los caldos
producidos con vides americanas- derivada de una sustancia presente en ellas
llamada antranilato de metilo -fórmula química C8H9NO2-, que puede asociarse
con recuerdos olfativos de frutas en conserva, mermeladas, solventes e incluso
ciertas notas “animales”: cuero, almizcle, carne de caza). Para muchos
profesionales -y consumidores- constituye un olor desagradable, máxime cuando
está presente en cantidades elevadas. Afortunadamente, con una buena
viticultura -y elaboración- se puede atenuar mucho esta cualidad aromática.